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Alba Luna




Alba Luna era su nombre.

Y su nombre traía consigo la brisa caprichosa que de las memorias escapa. Furtiva, como el tiempo, como el devenir de las eras.

La mirada se perdía y se olvidaba en su horizonte, tan bella era su estampa y tan vasta la

eternidad que su paisaje encarnaba.

Una miríada de estrellas por firmamento encumbraba, como regia corona de ancianos monarcas, lo alto y lo profundo de sus montañas.

En sus cavernas se alzaban ciudades. Ciudades vacías y ausentes, antiguos bastiones de sabiduría adquirida, tanto más ajenas cuanto más cercanas, testigos mudos del alzamiento y la caída de numerosos dioses.

Y sus ríos y sus mares, y sus islas de arena de plata. Sus orillas lamían tierra adentro y horadaban sus aguas. Ardían los fuegos de sus desiertos bajo el sol de la mañana. Recios eran sus valles, afiladas sus terrazas, tercas sus cuencas, desafiantes sus acantilados, que sin pausa observaban a los mortales hombres que su tierra hollaban.

Nadie caminaba ya por las calles de marmórea piedra tallada. Ni vagabundos, ni forasteros, ni sabios. No quedaban héroes sobre esculpidas tallas, ni coronas, ni aperos de labranza. No se escuchaba el clamor en los mercados, ni la música de las fiestas en las plazas. Ningún beso apasionado de jóvenes enamorados, ninguna lágrima por añoranza. No más tumbas, no más risas, no más pérdida ni esperanza.

Alba Luna era su nombre.

Y su nombre, como la niebla, entre los dedos se escapa. 

A.M.Herrera


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